Madrid, 1 mar (dpa) – Paradójicamente, Carles Puigdemont se vio obligado hoy a imitar el gesto del que fue su predecesor en el Gobierno regional de Cataluña, Artur Mas, cuya retirada hace dos años permitió que un desconocido alcalde catalán se pusiera al frente del proceso independentista que situó a España al borde del precipicio.
A sus 54 años, el líder separatista hace un alto en una carrera que ha llevado hasta el límite en los últimos meses.
Prófugo en Bélgica e investigado por la Justicia española, intentó en la distancia tomar de nuevo el timón del proyecto al que dedicó los dos últimos años. Pero fracasó.
Su situación judicial y la orden de detención que pese sobre él en España se convirtieron en un escollo para sus propios planes. Cataluña necesitaba Gobierno y su investidura era imposible.
«Quizá merece la pena correr el riesgo de ser investido e inmediatamente ser detenido por las mismas ideas que me han hecho ‘president'», llegó a decir en diciembre en un mitin electoral que ofreció por videoconferencia.
Para muchos independentistas sigue siendo el «president» legítimo de Cataluña y así lo ha reivindicado él cada vez que tenía ocasión.
Su rostro, desconocido hasta hace dos años incluso en España, ocupó desde septiembre las portadas de los principales diarios del mundo a raíz de la crisis catalana, una de las más graves en la historia de la democracia española.
Filólogo y periodista de profesión, Puigdemont llegó a la presidencia del Gobierno catalán casi por casualidad en enero de 2016. Su nombre no aparecía en ninguna de las apuestas para relevar a Mas cuando éste se vio obligado a dar un paso atrás presionado por la CUP, un partido antisistema que no lo veía con buenos ojos.
Pero la necesidad del apoyo de esta fuerza al Gobierno catalán en el Parlamento de la región era tan importante entonces, en un momento clave del proceso secesionista, que el hombre que lo había impulsado desde el inicio tuvo que retirarse para evitar una crisis.
Y Puigdemont, independentista convencido y alcalde de la ciudad catalana de Gerona, se puso al frente del Ejecutivo regional con la misión de guiar a la región hacia la secesión de España.
«No son tiempos para cobardes ni para los que les tiemblan las piernas», dijo en su discurso de investidura. «Soy consciente de que iniciamos un proceso que no es fácil ni cómodo. Habrá que poner valor y coraje pero no temeridad», añadió ese mismo día.
Desde entonces, su discurso no ha cambiado. Su primer gran desafío lo lanzó a principios de septiembre cuando, desoyendo a la Justicia y al Gobierno español, convocó un referéndum de independencia que se celebró el 1 de octubre con altercados entre votantes y la Policía.
Esa misma noche aseguró que los ciudadanos catalanes se habían «ganado el derecho a tener un Estado independiente».
Dos semanas después, el Parlamento catalán aprobó una resolución para crear la república catalana, lo que supuso la destitución del Gobierno regional por parte de Madrid y la convocatoria de comicios.
Al contrario que su predecesor en el cargo, quien fue evolucionando desde el nacionalismo hacia el independentismo, Puigdemont fue siempre un separatista convencido.
Miembro del partido de Mas, hoy llamado PdeCAT, formó parte de diversas organizaciones a favor de la secesión y estuvo al mando de la asociación que congrega a los municipios que la defienden.
Diputado en el Parlamento de Cataluña desde 2006, un año después encabezó la candidatura de Convergència i Unió (CiU, coalición nacionalista liderada por Mas hasta que se fracturó, en 2015) al Ayuntamiento de Gerona, ciudad de 100.000 habitantes.
En aquella ocasión no ganó las elecciones y se mantuvo en la oposición hasta 2011, cuando se convirtió en alcalde.
Aunque estudió filología catalana, se dedicó al periodismo hasta que entró en política y llegó a ser redactor jefe del diario catalán «El Punt» y director de la agencia pública de noticias de la región, además de publicar varios libros y ensayos, entre ellos «Cata… què? Catalunya vista per la premsa internacional», (La Campana, 1994).
Amante del rock, es asiduo a las redes sociales, donde publica mensajes a diario. Habla español, catalán, francés, inglés y también rumano ya que su mujer, llamada Marcela Topor y 15 años menor que él, nació en Rumanía. Con ella tiene dos hijas.
El enero de 1983, cuando tenía 21 años, «volvió a nacer» al superar un grave accidente de tráfico que le destrozó la cara y le dejó cicatrices que cubre con su peculiar peinado, objeto de bromas. Ahora, está por ver si podrá «resucitar» políticamente.
Por Ana Lázaro Verde (dpa)