Masái Mara (dpa) – Simon Saitoti vive en dos mundos que no podrían ser más distintos. Este hombre, de 32 años, ha construido en el límite de la reserva natural Masái Mara, en Kenia, una casa tradicional para él mismo y su familia, con decenas de vacunos, la principal propiedad de un masái.
Sin embargo, Saitoti no pasa el día pastoreando el ganado sino que trabaja a un par de kilómetros de distancia en un exclusivo lodge de safari, cuya fundación dirige en Kenia. «Mi pasión era volver a casa y trabajar junto a mi comunidad», dice Saitoti.
En el «Kichwa Tembo Lodge», en el extremo noroeste de la reserva Masái Mara, Saitoti une los dos mundos que durante mucho tiempo solo existieron uno al lado del otro: el turismo y las comunidades masái. Saitoti dirige la sección keniana de la Africa Foundation, socia del grupo Safari Lodge&Beyond. La fundación desarrolla desde hace unos 25 años proyectos educativos y de salud. Además, ayuda a los masái a beneficiarse del turismo de forma independiente.
Saitoti pertenece a un grupo étnico asentado en la Masái Mara que siempre aparece en las fotos de un safari en el sur de Kenia. Desde tiempos inmemoriales, los pastores vestidos con túnicas rojas luminosas llevan arreando su ganado por las vastas sabanas. Los animales eran su única base de subsistencia. Les daban leche, carne y sangre como alimentos. Los masái se convirtieron en una atracción turística para visitantes de todas partes del mundo.
Sin embargo, la vida ha cambiado mucho en las últimas décadas. «Los vacunos ya no bastan para poder vivir», explica Ramato Kipas, una mujer que está sentada en su choza de adobe en el centro del pequeño pueblo de Enkeri. Por un lado, ya no hay suficientes pastizales para los vacunos. Por el otro, la vida se ha encarecido. «El turismo es una buena oportunidad para ganar más dinero».
Las mujeres y las niñas del pueblo no solo se dedican a vender bisutería tradicional a los turistas. Con ayuda de la Africa Foundation también compraron una veintena de colmenas, cuya miel venden al «Kichwa Tembo Lodge».
Muchos masáis han unidos sus tierras en la periferia de la Masái Mara y las han arrendado como reserva natural privada (conservancy) a empresarios que operan en esa región lodges. Esto también les da dinero. Además, son cada vez más los lodges en la región que emplean a masáis.
«Los masáis son personas muy orgullosas», dice Stanley Mpakany, vicegerente de «Kichwa Tembo». Él sabe lo difícil que es oponerse a las tradiciones de la familia. Él también es un masái. Fue uno de los primeros habitantes de su pueblo en ir en la década de los 70 a la escuela en Baringo, en el oeste de Kenia. Todos los días caminaba una hora ida y vuelta.
Cuando se hizo profesor, Mpakany entró por primera vez en contacto con un hotel. Pensó: «¡Qué cultura tan diferente! Los empleados eran tan hospitalarios, tan simpáticos. Quería ser parte de ellos». Sin embargo, su padre no entendía por qué había vendido sus valiosos vacunos a cambio de semejante empleo.
Mpakany está orgulloso de su trabajo. Desde el lodge en el límite de la reserva natural la vista abarca la vastedad de la Masái Mara. Detrás de la piscina, la tierra baja hacia la sabana, donde por la mañana se desplazan elefantes.
Los paquidermos se dirigen lentamente hacia el río Mara, que cada año, entre junio y octubre, se convierte en el escenario de un espectáculo que ha dado fama a la reserva natural: miles y miles de ñus (antílopes) procedentes de Tanzania saltan por el agua espumosa para alcanzar la otra orilla. «Quiero que mis hijos vean en el futuro este paisaje, estos animales», dice Mpakany. Internet: www.maasaimara.com
Por Gioia Forster