Damasco, 12 feb (dpa) – Rebeldes contra el Gobierno de Bashar al Assad, Israel contra Irán, Turquía contar los kurdos… y entre medias, Irán contra Arabia Saudí y Rusia contra Estados Unidos. Enemigos eternos se enfrentan en la guerra de Siria, que a punto de cumplir siete años, ha dejado de ser una guerra civil al uso para convertirse en un conflicto múltiple, lo que dificulta al máximo su solución.
Todo ello, dejando un reguero de víctimas que ha aumentado en los últimos días, siendo la semana pasada una de las más sangrientas desde el inicio del conflicto.
Mientras en el noroeste del país perdían la vida soldados turcos en el marco de su ofensiva contra las milicias kurdas y la aviación turca disparaba misiles contra sus oponentes, los ataques aéreos estadounidense mataban en el este del país a más de un centenar de combatientes.
En el centro, los aviones sirios bombardeaban casi a diario una zona asediada bajo control rebelde, matando a más de 200 civiles; y en el sur, la defensa antiaérea siria derribaba el sábado un jet de combate isarelí que había perpetrado varios ataques en su territorio.
Si algo dejan claro estos acontecimientos es que el conflicto está muy lejos de terminar. Y que ya no es una guerra civil al uso, sino muchas guerras en una. La injerencia de potencias internacionales no sólo ha dividido el territorio del país, sino que hace muy difícil, sino no totalmente imposible, una solución política.
En marzo se cumplen siete años del día en que los sirios salieron a la calle para protestar contra la cúpula autoritaria de Damasco y pedir más libertad, en el marco de las Primaveras Árabes que se estaban desencadenando en la zona.
Cuando las fuerzas de seguridad respondieron con violencia, se desató el conflicto, en cuyo núcleo estaba el enfrentamiento entre la mayoría sunita, sobre todo de los entornos rurales, y la minoría religiosa alawita que domina el Gobierno.
Mientras los primeros recibieron el apoyo de potencias sunitas como Turquía o Arabia Saudí, los segundos fueron apoyados por la potencia chiita por excelencia, Irán. Así se internacionalizó el conflicto.
Hace tiempo que las tropas del Gobierno llevan la delantera: los rebeldes opositores con milicias radicales al frente controlan ahora sólo unas pocas zonas. Dos de ellas fueron escenario de una violencia sin precedentes en los últimos días: la provincia de Idlib, en el noroeste, y Guta Oriental, una zona asediada por las tropas de Al Assad muy cerca de la capital Damasco.
Sobre todo esta última región al este de la capital vivió dramáticas escenas: a diario circularon imágenes de víctimas llenas de sangre y polvo que eran rescatadas de los escombros tras los ataques de la aviación siria. «El olor de muerte y dolor está por todas partes», contaba el activista Masen al Shami. «Todas las calles, todos los barrios de Guta Oriental han resultado afectados».
Unas 400.000 personas están allí aisladas casi totalmente del mundo exterior en medio de una dramática situación humanitaria. La cúpula siria utiliza al parecer una táctica que ya ha empleado otras veces, con éxito en su opinión: bombardear y matar de hambre hasta conseguir la rendición de los rebeldes. En Idlib, mientras tanto, 325.000 personas han sido desplazadas desde diciembre, según la ONU.
La ventaja de Assad no habría sido posible sin su aliado ruso y sus ataques aéreos, ni tampoco de Teherán. Irán no sólo envió asesores militares, sino que financió también a la milicia libanesa Hizbolá que lucha junto al Ejército sirio. También se cree que algunas de las múltiples milicias locales formadas en todo el país recibieron apoyo de Teherán. Muchos analistas consideran a Irán y Hizbolá el verdadero poder en Siria.
Esas milicias fueron al parecer las que comenzaron a atacar a los aliados de Washington en el este del país y con ello provocaron los duros ataques aéreos estadounidenses de la semana pasada, según Washington. Estados Unidos atacó pese a que, en teoría, sólo está allí para evitar el regreso de la milicia terrorista Estado Islámico (EI).
Pero de paso también se ocupa de que Irán no aumente su influencia en el país, en medio de la guerra que Donald Trump le declaró a Teherán. Y ahí la zona cercana al antiguo feudo del EI Deir al Zour tiene una importancia estratégica por sus reservas de petróleo y su cercanía a la frontera iraquí. Quien controle ese territorio, tendrá el poder sobre el suministro y la recaudación de tasas aduaneras.
Por su parte, las milicias cercanas a Irán pretenden asegurarse un eje terrestre que una el Mediterráneo con Irán hasta Teherán pasando por Siria.
Pero la creciente influencia de Irán y Hizbolá ha provocado a Israel, que desde hace meses ataca por aire objetivos en Siria, la mayoría contra Hizbolá. Por primera vez el sábado fue derribado uno de sus aviones, aunque sus pilotos lograron salvarse.
Tampoco Turquía se queda de brazos cruzados viendo aumentar la influencia de las milicias kurdas en su frontera. Pese a los llamamientos internacionales, lanzó hace ya más de tres semanas una ofensiva en el noroeste contra las Unidades de Protección Popular (YPG), milicias kurdas a las que considera terroristas por sus vínculos con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).
El problema es que las YPG no sólo controlan la mayor parte de la frontera siria con Turquía, sino que se han convertido en un estrecho aliado de Washington en la lucha contra el EI, también en el plano de la ayuda militar. Por lo que Ankara pasa a combatir de alguna manera contra Washington, su aliado en la OTAN.
Y para complicarlo aún más, los intereses de Rusia son varios: quiere mantener a Al Assad en el poder, pero ve con escepticismo la influencia iraní. Por eso muchos analistas creen que está dejando espacio a Israel para actuar contra Teherán. Y también calla sobre la ofensiva turca.
Por Jan Kuhlmann (dpa)