Berlín, 13 mar (dpa) – Los casi seis meses de conversaciones para formar un nuevo Gobierno en Alemania volvieron a dejar patente una cosa: la inagotable capacidad negociadora de Angela Merkel, una líder con templanza que puede estar más de 24 horas debatiendo en caso necesario.
Nadie en Alemania pone en duda su perseverancia y aguante, que ha llevado incluso al famoso alpinista italiano Reinhold Messner a prodigarse en alabanzas con la mandataria.
«Angela Merkel es tenaz, no sólo en la montaña, sino también en el entorno político», declaró Messner en una entrevista publicada en el dominical alemán «Welt am Sonntag». «No es fácil agotarla. Se mantiene despierta y con la cabeza clara durante más tiempo que otros», agregó el alpinista, que ha acompañado a Merkel en algunas de sus excursiones por la naturaleza.
Como en sus paseos, donde asciende «despacio, pero constante, paso a paso», Merkel caminó por el difícil escenario que dejó el resultado electoral de los comicios del 24 de septiembre, donde la ultraderecha se coló en el Parlamento alemán como tercera fuerza política, con tiento, pero con paso firme consciente de su meta final: ser reelegida canciller.
Sin mayoría absoluta para poder gobernar en solitario y con unos socialdemócratas debilitados que en un primer lugar decidieron volver a la oposición para lamerse las heridas, Merkel dio una vez más muestra de su famoso pragmatismo y contactó con los liberales y ecologistas en un intento por formar una alianza inédita a nivel federal, que cumplió con lo vaticinado y fracasó a finales de año tras un circo mediático.
La prensa alemana comenzó a hablar de una canciller en crisis, de una mandataria en sus horas más bajas, del fin de la era Merkel por su incapacidad para formar Gobierno.
Pero una vez más, como en crisis pasadas como la de los refugiados, cuando en 2015 llegaron al país cerca de 900.000 solicitantes de asilo, la presidenta de la Unión Cristianodemócrata (CDU) volvió a remontar el vuelo y logró no sólo que los socialdemócratas aceptaran sentarse a negociar, sino forjar una nueva coalición, aunque tuviera que desprenderse para ello del todopoderoso ministro de Finanzas.
Lejos de dar muestras de cansancio, Merkel negoció en enero durante más de 24 horas con los socialdemócratas, superando su récord de 17 horas deliberando sobre la crisis en Ucrania o sobre el tercer paquete de ayuda a Grecia, en 2015.
Pero, ¿quién es Angela Merkel y cómo se convirtió en la mujer más poderosa del mundo? La historia comenzó el 17 de julio de 1954, cuando Angela Dorothea Kasner nació en Hamburgo, en la República Federal Alemana, como hija de un pastor protestante y una maestra de inglés. Con tres años se trasladó a la República Democrática Alemana (RDA), concretamente a Templin, en la región de Uckermark.
Con una mente analítica, fría y con disciplina luterana, esta doctora en física se convirtió en 2005 no solo en la primera mujer en gobernar el país, sino también en el primer dirigente político procedente del este de Alemania.
Desde entonces, la líder de 63 años, que llegó a la política con la caída del Muro de Berlín, en 1989, para convertirse un año después en ministra de la Mujer y de Juventud del Gobierno de Helmut Kohl y en 2000 en presidenta de la CDU, ha dado siempre muestras de su fuerte capacidad de síntesis y de su pasión por el detalle.
Camino de emular al que fuera su mentor dentro de la CDU, Helmut Kohl, al ser investida este miércoles por cuarta vez consecutiva como canciller hasta 2021, ha logrado mantenerse fiel a sí misma. Ha protegido antiguas cualidades como su disposición a alcanzar acuerdos, sus nervios de acero o su pragmatismo.
«Ante situaciones emocionales reacciona de manera extremadamente racional. Nada teme más esta científica que situaciones que no haya podido estudiar hasta el final. Planea todo», analizó la revista alemana «Der Spiegel». Algo que encaja con la que, según la propia Merkel, es su máxima en la vida: «En la tranquilidad está la fuerza».
Reservada en sus emociones, Merkel ha logrado su popularidad sin necesidad de tener una cuenta de Twitter. «Tendría que estar controlando todo el tiempo lo que está pasando y diciendo algo de forma regular», se justificó Merkel.
Su decisión está una vez más calculada al milímetro. Su ausencia en Twitter le evita, entre otras cosas, contestar al presidente estadounidense, Donald Trump, famoso por sus ataques en la red.
Por el contrario, sí que posee una cuenta en Instagram y en Facebook, gestionadas por todo un equipo que intenta dar una imagen más cercana de la líder y alejarla de la de una canciller fría, capaz de hacer llorar a una niña refugiada en la televisión al decirle la verdad sin florituras sobre su imposibilidad de poder quedarse en el país.
En círculos pequeños Merkel se muestra relajada y divertida. Intenta llevar una vida normal junto con su segundo marido, Joachim Sauer, con quien comparte su pasión por la montaña y la música clásica y con quien reside en un piso de alquiler en el centro de Berlín, en donde vivía ya antes de convertirse en la mujer más poderosa del mundo, según la revista «Forbes».
Su receta para desconectar de la política mundial: dedicarse a tareas de jardinería, especialmente cultivar patatas, y a cocinar comida casera, a poder ser en su casita en Uckermark, adonde sueña con retirarse una vez ceda el trono.
Por Almudena de Cabo (dpa)