Aunque España el rugby no es precisamente el país con más tradición en este deporte, el número de licencias sorprenderían a muchos.
Según el Consejo Superior de Deportes, en sus últimos datos publicados, España contaba a finales de 2016 con 31692 licencias para 282 clubes. Una cifra que hace presagiar que seguirá creciendo durante los próximos años un deporte que lleva sello británico.
Pero para saber de verdad cómo surge este deporte, hay que trasladarse a Rugby, una pequeña localidad inglesa cerca del río Avon en el siglo XVIII y, sobre todo, a los juegos en el patio del colegio
La leyenda de este deporte cuenta cómo un clérigo anglicano llamado William Webb, en el transcurso de un partido de fútbol en la escuela pública de la localidad, decidió coger la pelota con las manos y salir corriendo por el campo.
Así dio lugar a la primera jugada de este nuevo e innovador deporte, gracias a la imitación de este gesto. Evidencias no hay más allá de la tradición oral, pero todo amante de este deporte que se precie conoce esta anécdota y, o bien la cree a pies juntillas, o bien asume que forma parte del mito.
Independientemente del momento exacto en el que esto ocurriera, se tuvo que pasar de las pelotas redondas, a la oval de la de rugby y la primera pregunta que se hace cualquier espectador es precisamente esa: ¿Por qué ovalada? Cuestión de vejigas…
Aún así, las historias se cuentan desde el principio y se contextualizan. Y para ello hace falta un poco de cultura general de las costumbres de la época.
Durante el siglo XVIII contar con unos zapatos nuevos era un verdadero lujo que no todos se podían permitir. Tanto es así que no solo se remendaba el calzado sino que se arreglaban los zapatos hasta que ya era inviable volver a ponerles un parche más.
La labor de los zapateros era vital para atender las necesidades de una población que trataba de alargar la vida del único par del que disponían para su día a día porque la economía y el trabajo daban para mucho menos que llevarse un mendrugo de pan a la boca. Y mucho más en una población como Rugby.
Pero los niños, siempre fueron niños. Y en la escuela, seguían jugando en sus recreos con el balón.
Y así, cerca de una escuela pública, un zapatero del pueblo vio cómo la forma de jugar al fútbol comenzaba a cambiar y decidió poner su habilidad al servicio de lo que sería una necesidad en el corto plazo. Aunque no fue el creador de su forma de forma consciente, sí fue innovador al apostar por fabricar los primeros balones de aire para este deporte.
Compró pieles, las cortó en cuatro gajos, las dejó secar, las cosió dejando dentro la vejiga de cerdo y apostó por llenarlas de aire a pulmón y coserlas con cordón. Así nació el primer Gilbert, en honor a su nombre, William Gilbert.
De hecho, convirtió su apellido en una de las marcas más famosas de la historia de este deporte, llegando de generación en generación hasta nuestros días. Y su forma tiene mucho que ver precisamente con el uso de la vejiga por la que optó, que no hinchaba de manera redonda, sino ovalada.
Como curiosidad añadida, tras su muerte, se dice que su sobrino, heredero del negocio, se convirtió en el mejor inflador a pulmón de la historia de esta pelota, llegando a hacerlo en algunos de los partidos más importantes entre países como Escocia e Inglaterra.
Pero después de él, pasados los años, otro artesano de Rugby, un hombre llamado Lindon, vio cómo el uso del caucho para crear la cámara de aire mejoraba mucho más el balón de esta nueva modalidad de fútbol. El descubrimiento del caucho natural supuso entonces un antes y un después en la fabricación.
Este invento y mejora, fue llevado a casi la perfección por la empresa de Charles Mac Intosh, algo que le dio la garantía necesaria para competir de verdad con los balones creados por el ya famoso Gilbert.
Así que sí, la historia de uno de los balones más curiosos nació en un pueblo de Inglaterra, por el que lleva su nombre.
Y todo gracias a un cura de la escuela pública, a un zapatero y a un artesano, hoy existen deporte, afición y pelotas ovaladas.