Berlín, 5 feb (dpa) – Fue uno de los símbolos más importantes del siglo XX, una mole alimentada por toneladas de hormigón que con sus grandes dimensiones y una estricta vigilancia evitó durante 28 años, dos meses y 26 días el abrazo entre el este y el oeste. Este 5 de febrero, el Muro de Berlín cumple tanto tiempo en pie como derribado.
Sus huellas permanecen a día de hoy en la capital alemana, donde varios fragmentos originales, reconvertidos en una especie de museo de la historia viva, son inmortalizados de forma continua en selfies por la marabunta de turistas.
«Todavía hoy, la economía del este de Alemania sigue siendo más débil que la del oeste», señaló la delegada del Gobierno alemán para el Este, Iris Gleicke, en declaraciones publicadas hoy en el diario «Mitteldeutsche Zeitung».
En el este, todavía son muchos los que se resisten a mitificar la noche frenética que cambió el mundo. Un gran malentendido, cinco horas de vértigo y miles de personas se aliaron a última hora del 9 de noviembre de 1989 para lograr una hazaña que parecía imposible: tirar abajo el Muro de Berlín.
El mismo muro que desde 1961 había acabado con la vida de unos 600 ciudadanos que intentaron traspasarlo, se convirtió esa noche en un hervidero de libertad. El anuncio de que la RDA otorgaría permisos para salir del país hizo que decenas de miles de berlineses orientales se reunieran ante los pasos fronterizos pidiendo cruzar al oeste.
La apertura de los pasos llevó a unos 100.000 a visitar esa misma noche por primera vez Berlín occidental, donde fueron recibidos con lágrimas y abrazos en imágenes que dieron la vuelta al mundo y se convirtieron en icono del final del siglo XX.
La caída del «Muro de la vergüenza» tuvo consecuencias globales e inmediatas. Además de simbolizar el derrumbe del bloque soviético y el fin de la Guerra Fría, posibilitó la reunificación alemana un año más tarde de la mano del canciller cristianodemócrata Helmut Kohl y dejó vía libre a la Europa unida de hoy.
No obstante, la exaltación general de la que informaban los medios nacionales e internacionales solapó las incertidumbres y miedos de aquellos que no sabían qué les esperaba ahora que el sistema comunista, que les fue vendido como «idílico» desde las estructuras de poder, se desmoronaba.
Muchos alemanes de la antigua RDA se sienten a día de hoy los grandes perdedores de la reunificación.
Aunque el nivel de vida ha aumentado desde 1989 en los territorios que antes pertenecían al sector oriental, en ellos el desempleo se ceba todavía con la población, las pensiones son más bajas y los pueblos y ciudades se vacían de jóvenes que huyen al oeste en búsqueda de perspectivas de futuro.
De ahí que en las pasadas elecciones generales del 24 de septiembre, el partido ultraderechista y de tintes xenófobos Alternativa para Alemania (AfD) lograse convertirse en la segunda fuerza política en el este del país.