Madrid, 15 feb (dpa) – Pese a ser prácticamente un desconocido en su tierra natal, el fotógrafo gallego Baldomero Pestana retrató a mediados del siglo XX a algunos de los rostros más conocidos del «boom latinoamericano», dejó constancia de la miseria de las grandes urbes del continente y captó como nadie la luz de la ciudad de Lima.
Ahora, dos años después de su muerte, España salda una cuenta pendiente con el artista español, que emigró de niño a Argentina, y le dedica una amplia retrospectiva en la sede central del Instituto Cervantes bajo el título «La verdad entre las manos».
«Es el fotógrafo de la generación de Mario Vargas Llosa», afirmó hoy el director de la institución, Juan Manuel Bonet, quien confesó en Madrid su «amor a primera vista» por los retratos de Pestana.
En su álbum, expuesto en la sala central de la muestra, destacan rostros como el de un joven Vargas Llosa, a quien el artista gallego fotografió en Perú para la revista «Life» con motivo de la publicación de su segunda novela, «La casa verde», o el de Gabriel García Márquez, a quien disparó con su cámara más de cien veces en su vivienda de París hasta lograr un retrato que lo convenciera.
Minucioso y reservado, Baldomero Pestana -o «Baldo», como le llamaban sus amigos- nunca hizo nada por darse a conocer ni ganar fama, aunque se codeó con grandes artistas, tanto principiantes como consagrados.
«Él buscaba la luz, no el brillo. Estaba muy seguro de lo que hacía, pero estaba ocupado con muchas cosas y fue siempre una persona muy discreta», explican a dpa sus sobrinos, Antonio Polín y Carmen Rico.
Pestana fue el único que en los años 60 captó la mirada triste del escritor peruano José María Arguedas, quien terminaría suicidándose tras una grave depresión, y entre sus negativos aparecen tambien los rostros de Pablo Neruda, Blanca Varela o Atahualpa Yupanqui.
Pero, además, como fotoperiodista dejó constancia de la ebullición y la metamorfosis que experimentaron a mediados del siglo XX algunas grandes urbes latinoamericanas como Lima y Buenos Aires, donde inmortalizó momentos cotidianos y también su cara más amarga, con niños desfavorecidos, inmigrantes o vagabundos como protagonistas.
«Fue nuestro ‘Cartier-Bresson'», aseguró hoy en la presentación de la muestra Alonso Ruiz-Rosas, representante del Centro Cultural Inca Garcilaso en el Instituto Cervantes.
Nacido en 1917 en una pequeña aldea de Galicia e hijo de madre soltera, Pestana emigró a Argentina a la edad de cuatro años. Con una infancia «dickensiana», como él mismo la calificó, trabajó desde pronta edad en oficios «humildes» que iba encontrando. Hasta que descubrió la fotografía, que fue su «tabla de salvación».
Además de los grandes retratos que captó con sus cámaras, algunas de ellas expuestas en «La verdad entre las manos», la muestra incluye también algunas de las imágenes que Pestana tomó para Unicef en una «villa miseria» de Perú, así como parte de sus desnudos femeninos.
«Los desnudos fueron una faceta muy importante. Hay más de 2.000 negativos de desnudos de mujer en los que no aparece ni una cara. Él decía que la mujer tenía belleza en todas sus posiciones», explica a dpa Antonio Polín, sobrino de Pestana.
«Era muy feminista. Siempre animaba a las mujeres a trabajar, desarrollarse personalmente y no depender del hombre», añade también Chus Villar, comisaria de la muestra junto al escritor Juan Bonilla.
Además de fotógrafo y dibujante, Pestana fue un viajero empedernido. Junto a su mujer Velia Martínez, quien trabajaba en una aerolínea, recorrió buena parte del mundo. Y a finales de los años 60, tras una década en Perú, donde trabajó para medios como «El Peruano» o las revistas «Caretas» y «Life», la pareja se mudó a París, donde ya se habían asentado algunos de los grandes artistas latinoamericanos.
Allí Pestana siguió fotografiando, pero se centró principalmente en lo que siempre fue su obsesión: el dibujo y la pintura. «Él se sintió más realizado como pintor que como fotógrafo», afirman sus sobrinos.
Cuando falleció su esposa, en 2003, decidió volver a sus orígenes y se asentó en Galicia, en la pequeña localidad de Bascuas. Allí, siguió activo y pendiente de lo que ocurría en el mundo -tenía dos iPad- hasta julio de 2015, cuando murió a los 97 años.
Atrás dejó un legado de más de 17.000 negativos. En ellos falta un retrato que siempre quiso hacer y al que finalmente renunció: el de Jorge Luis Borges, a quien en 1965 «cazó» con su cámara en las calles de Lima. Años después, cuando tuvo la oportunidad de concertar con él una sesión para retratarlo, con el escritor argentino ya ciego, decidió no hacerlo ante la gran duda que le atormentaba: ¿cómo fotografiar la mirada de un ciego?
Por Ana Lázaro Verde (dpa)