Roma, 1 mar (dpa) – Las elecciones generales que Italia celebra el próximo domingo podrían ser testigo del renacer de un golpeado ex primer ministro Silvio Berlusconi, o condenar a la ingobernabilidad a la tercera economía de la eurozona: con un estimado 30 por ciento de votantes indecisos, todas las opciones siguen abiertas en el país.
La alianza de derecha liderada por Belusconi, integrada por varios partidos como su Forza Italia y la ultraderechista Liga de Matteo Salvini, lidera la intención de voto como coalición; pero es el antisistema Movimiento Cinco Estrellas (M5S) el partido que se perfila como el más votado en solitario.
Pero pese a que la coalición de Berlusconi se sitúa por delante del M5S y del Partido Democrático (PD), actualmente en el Gobierno, no está claro que consiga la mayoría parlamentaria necesaria para gobernar. No ayuda tampoco la división interna del bloque, que despierta dudas sobre su capacidad para conformar un gobierno duradero y estable.
«Un parlamento fraccionado sin mayorías o una mayoría muy ajustada para el centro derecha son los dos escenarios más probables» tras las elecciones, predice Wolfango Piccoli, copresidente de la consultora política Teneo Intelligence, recordando que las últimas proyecciones dejan a los conservadores a puertas de la victoria.
Con esos sondeos en mente, muchos analistas apuntan a un realineamiento postelectoral en el que Berlusconi y el PD de centroizquierda podrían unir fuerzas en una especie de recreación de la gran coalición que gobierna Alemania desde 2013.
El actual jefe de Gobierno, Paolo Gentiloni, un miembro del PD respetado en todo el espectro político, o el presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, antiguo portavoz de Berlusconi, han sido señalados como posibles candidatos de consenso para liderar un Gobierno en ese escenario.
Sin embargo, el creciente sentimiento antisistema podría también dar lugar a un Gobierno liderado por el M5S que perturbaría a los mercados financieros y a los socios de Italia en la Unión Europea (UE).
Otra opción sería que los comicios acabaran en un punto muerto que forzara la celebración de nuevas elecciones antes de que finalice el año.
Los sondeos han estado prohibidos en las dos últimas semanas de campaña, pero antes de que entrara en vigor el veto, las encuestas daban al bloque de Berlusconi en torno al 40 por ciento de la intención de voto, situando el M5S y la alianza liderad por el PD por debajo del 30 por ciento.
Esas cifras son una prueba de la increíble resistencia de Berlusconi, tras ser condenado por fraude fiscal y expulsado del Parlamento en 2013, y someterse a una cirugía a corazón abierto tres años después. Además, corteja a los votantes con promesas no realistas, como bajar los impuestos y expulsar a 600.000 inmigrantes.
En su última reinvención de sí mismo, el político de 81 años se presenta a sí mismo como un estadista sabio y proeuropeo, en contraste con el M5S. «Soy como el buen vino, mejoro con la edad y ahora soy perfecto», llegó a decir este mes.
Pero el resurgir de Berlusconi no puede ser completo, ya que su condena le impide ocupar cualquier cargo público y por ello, aunque su coalición ganara no podría convertirse en jefe de Gobierno. Sobre quién ocuparía ese cargo mantiene diferencias con su socio de coalición, el líder de la Liga Matteo Salvini, con quien también disiente en cuestiones relacionadas con la UE o el proteccionismo.
Con una tercera parte de los 51 millones de italianos llamados el domingo a las urnas, el resultado electoral sigue totalmente abierto, especialmente en las cambiantes regiones del sur, donde el M5S podría registrar avances históricos.
«El PD se desmorona, la carrera es ahora entre nosotros y el centro derecha», dijo a la radio estatal RAI el candidato a primer ministro del M5S, Luigi de Maio, un hombre de 31 años que no terminó sus estudios universitarios y que vicepreside la cámara baja del Parlamento.
Di Maio, que casi siempre va de traje, sustituyó al cómico Beppe Grillo al frente del partido el año pasado y ha conducido al partido de protesta hacia posiciones más moderadas, al abandonar por ejemplo sus planes de celebrar un referéndum sobre la salida del país de la zona euro.
«Es hora de abrazar el cambio, porque ya no hay razones para temerlo», dijo Di Maio, prometiendo excluir de su equipo de Gobierno «los mismos rostros que han visto durante 20 años».
Para sus detractores, el principal punto débil del partido es su inexperiencia, que es exactamente a lo que apelan muchos de sus seguidores, que abogan por una limpieza en el escenario político marcado por la corrupción y que se ven atraídos por promesas como la introducción de una renta mínima para los pobres.
El PD, mientras tanto, debe luchar por el voto pese a los éxitos logrados durante su gobierno: puede atribuirse la reducción en la llegada de barcos de inmigrantes de Libia y de sacar al país de una profunda recesión.
«‘¿Están ustedes mejor o peor que hace cuatro años?’ Esa es la pregunta que plantearemos» a los votantes, dijo Renzi a la prensa este mes, en un mensaje que sin embargo no pareció tener mucho efecto.
La economía italiana sigue a la zaga del resto de países de la UE y la mayoría del millón de empleos que Renzi se atribuyó son precarios y temporales, lo que ayuda a explicar que ese factor no beneficie mucho a su partido.
A la sangría de votantes de centro izquierda contribuyó también la escision el año pasado del grupo Libres e Iguales y el golpe de imagen que supone la baja popularidad de Renzi, exacerbado por su derrota en el referéndum de reforma constitucional de 2016 que llevó a su dimisión.
Las encuestas señalan que el PD tiene aún potencial de mejora si puede recuperar algunos votantes. Pero los resultados del lunes mostrarán si una figura tan polarizadora como Renzi era el hombre adecuado para esa tarea.
Por Alvise Armellini (dpa)