Lima, 20 mar (dpa) – Antes de llegar a la economía y la política, Pedro Pablo Kuczynski, el hombre que este jueves podría dejar de ser presidente del Perú unos tres años antes de lo previsto, fue un destacado intérprete de la flauta traversa.
Pero Kuczynski le fue infiel a la flauta y la reemplazó por los dos amores que le dieron poder y dinero, pero que, al mezclarse entre sí, lo tienen a punto de sufrir lo que él define como «un golpe de Estado» y sus adversarios creen un acción necesaria contra una «incapacidad moral permanente».
PPK, como le dicen todos para eludir un apellido de escritura complicada, nació hace 79 años en Lima, hijo de un médico alemán de origen polaco que llegó al Perú para hacer filantropía acorde con sus ideales socialistas, y de una profesora francesa de piano.
Cuando Kuczynski dejó la música por la economía se formó en aulas de prestigio mundial. Luego, con 28 años, fue director del Banco Central de Reserva (emisor). El golpe de Estado izquierdista de Juan Velasco lo hizo huir en 1968 en una maletera de automóvil, incómodo incidente que marcó su alternancia con la política.
Kuczynski se fue a Estados Unidos e hizo allí gran parte de su vida. Dos veces se casó con estadounidenses y sus cinco hijos apenas si conocen el Perú. Joven, empezó la carrera en la que mejor se desenvuelve y que hoy es su dolor de cabeza: la consultoría en inversiones.
Esa fue siempre la primera función del hoy gobernante: ayudar a potenciales inversionistas a encontrar negocios atractivos y proveer de fondos a gente con buenas ideas pero corta de dinero. Su empresa Westfield Capital se consolidó en el sector.
Pero a Kuczynski también le gustaba la política y en la década de 1980 fue ministro de Energía de Fernando Belaunde (1980-1985), hasta que un atentado terrorista contra su casa lo llevó a retornar a su otro país en 1983.
Durante años, el extraño apellido se escuchó en el Perú solo cuando llegaba en búsqueda de negocios o de capitales para sus clientes. Su habilidad en el campo lo hizo millonario, por lo que los viajes permanentes no le acarreaban dificultad.
En 2001, Kuczynski aceptó la invitación de su amigo Alejandro Toledo para ayudarlo en campaña y, tras el triunfo, fue ministro de Economía en dos ocasiones, jefe del órgano estatal encargado de atraer inversiones y presidente del Consejo de Ministros.
Kuczynski se enamoró del poder y quiso ejecutar personalmente desde el Gobierno sus recetas liberales ortodoxas en la economía. A la edad de la jubilación, 73 años, fue candidato por primera vez y ocupó un sorprendente tercer puesto. Parecía el final, pero cinco años más tarde una nueva aventura lo hizo presidente.
No la tuvo fácil. Desde el primer minuto la candidata derrotada, Keiko Fujimori, le declaró la guerra. Una adversaria con batería pesada: mayoría absoluta en el Congreso. El «Gringo» trató de seducir a la «China», pero nunca obtuvo correspondencia.
Durante décadas, Kuczynski fue consultor de diversos clientes. Y entre ellos Odebrecht, gigante brasileña de la construcción que remece a América Latina con sus prácticas corruptas. El ahora jefe de Estado dice que solo la asesoró una vez y, aunque admite que Westfield también lo hizo, asegura que él no intervino.
Esos vínculos lo ponen hoy en riesgo de que al terminar la semana ya no esté en el poder. Es la segunda vez en tres meses que la oposición intenta destituirlo. En un primer proceso en diciembre, Kuczynski se salvó debido a la disidencia del partido que entonces tenía mayoría absoluta, Fuerza Popular, liderado por Fujimori.
Los adversarios no le creen al «Gringo». No se le acusa de delitos, sino de mentir. Su futuro en la presidencia es por estos días incierto. Solo él sabe si su fuero interno piensa que valió la pena o si habría sido mejor ser hoy reconocido como un gran concertista.
Por Gonzalo Ruiz Tovar (dpa)