Milán/Pioltello (Italia), 28 feb (dpa) – Sus seguidores dicen de él que es «un rayo de esperanza para Italia». Matteo Salvini, el principal aliado del ex primer ministro conservador Silvio Berlusconi en la compaña electoral, prometía a sus fieles el sábado, durante un acto multitudinario en la Plaza de la Catedral de Milán, aquello que querían oír: un «billete de regreso» para los «inmigrantes ilegales», para enviarlos al lugar del que han venido.
En las semanas previas a los comicios parlamentarios del 4 de marzo, Salvini intentó sin descanso ganar votos con el ambicioso objetivo de sumar una mayoría capaz de formar gobierno, junto a sus socios conservadores en la alianza que lidera Berlusconi.
Pero serán los votos que sume su partido, la ultraderechista Liga, lo que mida hasta qué punto gira Italia a la derecha.
El resultado de las elecciones es incierto, pero la alianza de centro derecha que integra la xenófoba Liga, junto a Forza Italia de Berlusconi, es la única coalición que parce tener opciones realistas de hacerse con una mayoría capaz de gobernar.
Sin embargo, el partido que lidera la intención de voto es el populista Movimimiento Cinco Estrellas, pero el entorno a 28 por ciento de los votos que le auguran los sondeos no le alcanzaría para formar gobierno y por el momento ha descartado formar coaliciones.
El Partido Democrático (PD) que gobierna actualmente se sitúa en el 23 por ciento de la intención de voto, mientras en torno al 30 por ciento o incluso más de los 51 millones de italianos llamados a las urnas el domingo siguen indecisos, según últimos sondeos.
De ahí los intentos de Salvini por arañar votos en los últimos días. «Ahora o nunca, Italia primero» es el lema de campaña del político de 44 años, que recuerda, y no casualmente, al «America first» (Estados Unidos primero) del presidente estadounidense Donald Trump.
Desde el sur al norte, no ha dejado de quejarse de las «normas europeas que han masacrado Italia» y de prometer empleo, bajadas de impuestos, jardines de infancia gratuitos y legalizar la prostitución. Su cálculo es poder hacerse con el 10 por ciento de los votos en el sur, el 15 del centro y en algunas regiones del norte hasta el 30 por ciento. En Milán se espera que le resulte fácil: es su ciudad natal y la de su partido y algunos lo vitoreaban el domingo entre la multitud como si se tratase de una superestrella.
Salvini se presenta como un hombre de acción. Con sus duras declaraciones sobre la inmigración -habló incluso de «frenar la invasión»-, se despega de otros políticos y da un rostro xenófobo a la Liga, antes una agrupación separatista llamaba Liga Norte que se centraba en la escisión de la región más rica del norte de Italia. Al cambiar de nombre y eliminar su referencia al «Norte», adoptó una visión más nacional y aspira a ganar votos en todo el país.
En su gira de campaña electoral, Salvini hizo también una parada en la periferia de Roma, donde algunos inmigrantes protestaron contar su presencia. «Muchas cosas van mal, queremos más dinero», les citó el político en su Facebook, para añadir después, indignado: «¿De qué guerra huyen esos «refugiados»? No podemos acoger a toda África en Italia, ¡Italia primero!»
A Davide, de 26 años, le convence su discurso. El estudiante de arquitectura cree que «hablar de inmigración incontrolada no es racista» y que no se puede acoger a todos. Las imágenes de guetos de barracas de inmigrantes en el sur del país son utilizadas como argumento.
Y son realidad: en muchos lugares incluso refugiados reconocidos como tal no tienen otro lugar donde alojarse. Y Salvini no es el único que cree que el Gobierno de centro izquierda falló en algo en los últimos cinco años. Numerosas organizaciones humanitarias denuncian también continuamente considerables carencias en el sistema de acogida y asilo.
Sin embargo, quien se aleja una media hora de la metrópolis económica de Milán puede ver que la migración no sólo se equipara a crisis en Italia: la localidad de Pioltello, de unos 37.000 habitantes, es la que acoge la mayor cuota de migrantes de todo el país, con un 25 por ciento. Allí viven personas de 90 países.
«No se está tan mal aquí», dice Paolo Di Fede, dueño de una tienda de alimentación. Algunas calles están llenas de carnicerías halal (que pueden consumir los musulmanes) y flanqueadas de complejos de altos edificios venidos a menos. «Por supuesto que también hay problemas (…) pero la integración funciona». Sólo hay que enseñar las normas a los inmigrantes . «Y se adaptan».
Los políticos locales de la Liga incluso parecen aquí más moderados que Salvini. «Queremos establecer el orden y la seguridad con métodos legítimos (…) pero respetamos los derechos de todos», dice Emanuele Pellegrini, candidato al Senado de la Liga. «No queremos utilizar ningún método ilegal o inhumano».
«A veces uno tiene la impresión de que esto no es Italia», señala Matteo Monga, antiguo miembro del consejo de la ciudad. La alcaldesa Ivonne Cosciotti espera que en algún momento la fusión de culturas se convierta en una seña de identidad de la ciudad. Pero ese sueño sólo será posible si no predomina la mentalidad del «Italia primero».
Por Lena Klimkeit y Alvise Armellini (dpa)