(dpa) – En 1968 el estadounidense Bob Beamon logró un recórd mundial sensacional en salto de longitud de 8,90 metros, es decir 55 centímetros más que la plusmarca anterior. Este récord, que fue batido recién 23 años después, fue considerado el «salto hacia el siglo XXI» y se convirtió en el símbolo de un año en el cual numerosas sociedades dieron un salto hacia adelante, entre ellas la incipiente República Federal de Alemania.
Si bien entonces en Alemania Occidental tenía vigencia la misma constitución que en la actualidad, el país era diferente. Por ejemplo, las mujeres tenían permitido tener una cuenta bancaria propia pero debían pedir permiso a su marido para poder trabajar. La homosexualidad era considerada un delito. También era sancionado quien alquilaba un cuarto a un hombre y éste recibía la visita de una mujer que no era su esposa después de las diez de la noche.
Por el contrario, a simple vista algo era tal como hoy en día: la República Federal de Alemania era gobernada por una coalición de conservadores y socialdemócratas, una alianza que contaba con el 90 por ciento de los escaños. En reacción a esta constelación política se formó la llamada Oposición Extraparlamentaria (APO, por sus siglas en alemán). Muchos miembros de la APO provenían de los movimientos estudiantiles y de los grupos de protesta contra la guerra de Vietnam.
En poco tiempo, las críticas de la APO se concentraron en un tema: las leyes de emergencia planeadas por el Gobierno, que en caso de «emergencia interna», por ejemplo un intento de subversión o una severa catástrofe natural, le permitirían limitar los derechos civiles y asumir las funciones de la cámara baja.
La Oposición Extraparlamentaria temía que esto se convirtiera en un regreso a la autocracia o aún más, que pudiera derivar en el fascismo. Desde el punto de vista actual, este temor parece infundado, pero en 1968 la democracia de Alemania Occidental aún no tenía ni siquiera 20 años, y ex nazis ocupaban puestos en numerosos gobiernos regionales, juzgados, administraciones pública y juntas directivas.
La cresta de la ola de protestas fue la marcha del 11 de mayo de 1968 en Bonn, entonces capital de Alemania Federal, en la que participaron decenas de miles de personas. Pero de nada sirvieron las manifestaciones: el 30 de mayo el Parlamento aprobó las leyes de emergencia por gran mayoría.
El ambiente estaba muy caldeado, en especial luego de que el líder estudiantil Rudi Dutschke fuera herido mortalmente en un atentado en Berlín. Los disturbios se orientaron posteriormente contra la editorial Axel Springer (a la que pertenece el diario «Bild»), que había iniciado una campaña en contra de Dutschke y la Federación Socialista de Estudiantes Alemanes que él dirigía.
A esto se le sumaron graves enfrentamientos callejeros en Francia. «La euforia de los días revolucionarios franceses contagiaron a muchos en Alemania, que creyeron tener una verdadera revolución al alcance de la mano», señala la profesora de historia Christina von Hodenberg. Por su parte, el politólogo Götz Aly hizo autocrítica en una entrevista con la agencia dpa: «Caímos rápidamente en un éxtasis germano-romántico de una verdadera y alocada sobreestima». Según Aly, esto diferenció a los alemanes del ’68 de sus coetáneos franceses o estadounidenses.
Del otro lado del muro, en la República Democrática Alemana, muchos jóvenes se esperanzaron bajo la influencia de la «Primavera de Praga», un proyecto de reforma en Checoslovaquia que en agosto de 1968 fue aplastado por los tanques soviéticos. La insatisfacción se propagó entre los alemanes orientales bajo el régimen comunista, en especial porque la brecha entre el bienestar que reinaba en Alemania Occidental y su propia situación era cada vez mayor.
El activismo político en Alemania Occidental surgió en forma paralela a una ruptura de las rígidas convenciones de la posguerra. En las calles se veían minifaldas y síntomas de la llegada de la era hippie. En octubre se estrenó el musical «Hair» en Múnich, en las radios sonaban «Jumpin’ Jack Flash», de los Rolling Stones y «Hey Jude» y «Lady Madonna, de los Beatles.
Una de las películas más taquilleras de ese año en Alemania fue «Helga», un largometraje de educación sexual que mostraba un parto y que provocó desmayos en las salas. El director Oswalt Kolle se convirtió en el experto en temas sexuales del país. Cuando presentó su primera película en 1968, «El milagro del amor», un fiscal lo amenazó con la cárcel.
El sexo era uno de los grandes temas del momento. Sin embargo, la profesora Christina von Hodenberg opina que «el efecto más fuerte provocado por (el movimiento del) ’68 fue la emancipación femenina». Las mujeres que en 1968 iniciaron un nuevo movimiento feminista contra el dominio masculino en la sociedad y en la familia tuvieron una enorme afluencia de seguidoras, agrega la profesora. «Lo privado se politizó, y los roles de género fueron renegociados en muchas contiendas. Esa es la verdadera revolución de aquellos años.»
1968 marcó también el comienzo de la violencia de extrema izquierda en Alemania Occidental: Andreas Baader y Gudrun Ensslin, que después se convertirían en miembros del grupo terrorista Fracción del Ejército Rojo (RAF, por sus siglas en alemán), incendiaron ese año dos almacenes en Fráncfort.
Sin embargo, «muchos, la mayoría» de los activistas políticos de entonces en Alemania Occidental reclamaban reformas liberales o de tendencia izquierda liberal en el marco de la democracia, destaca von Hodenberg. Estos militantes no pertenecían a la Federación Socialista de Estudiantes Alemanes de Rudi Dutschke, «que contaba apenas con algunos millares de seguidores, sino a muchas otras agrupaciones estudiantiles activas» en aquellos tiempos.
Estos miembros de la generación del ’68 contribuyeron esencialmente a que la sociedad alemana occidental fuese más abierta, liberal y tolerante. Esto no sucedió de repente al cabo de un solo año, sino en un laborioso proceso que duró décadas. Al menos hubo poco después un gran cambio: en 1969 el socialdemócrata Willy Brandt asumió como canciller. Durante su mandato fueron incorporados muchos reclamos de la generación del ’68 al programa de gobierno.
Por Caroline Bock y Christoph Driessen